Un tiburón
Hoy recordé aquellas filas de dientes. Me imaginé cómo
habían marchado desde el hueso, a las encías, hasta llegar a suave arena de la playa donde un día me bañé. La playa era
paradisíaca. Claro, como no iba a serlo, el mítico golfo de México. Aguas
cálidas, cristalinas y tranquilas, las palmeras de postal.
Pero aquellos dientes, pequeños y filudos… algún día, un
tiburón había estado ahí. Había saboreado
uno que otro pececillo desafortunado. Y luego, sus puntudas armas triangulares
habían dejado de cumplir su propósito, habían sido reemplazadas.
Entonces yo. Una yo más joven, me senté en la arena,
escarbando.
Y creo que junté un puñado de dientes.
Y creo que junté un puñado de dientes.